Tras
treinta y tres años como conservador de mineralogía del Museo
de Geología de la ciudad de Barcelona, puedo afirmar que los minerales
han sido, son, la gran pasión de mi vida. Quizás no la única
(siempre algunos amores fugaces se cruzan con el amor verdadero) pero sí la
más permanente y verdadera.
Gracias a la mineralogía he conocido
personas muy diversas, caracteres tan distintos como interesantes, desde el auténtico
loco de atar, incapaz de ver más allá de su colección y
sufriendo hasta por el más pequeño fragmento de Pirita que escapara
a su posesión, hasta personas sanas para las que los minerales son el
complemento perfecto de su vida personal, afectiva, familiar y laboral. Desde
personajes conocidos como Joaquín Folch, Jiri Kourimsky o Abraham Rosenzweig,
por citar sólo tres de ellos, hasta el más modesto coleccionista.
De todos ellos he aprendido siempre algo.
Precisamente, si algo
amo de mi profesión
es recibir la visita de chicos y chicas que acuden con sus padres al Museo deseando
resolver algunas de sus dudas mineralógicas. Muchos de ellos se sorprenden
(también sus padres) de que les atienda directamente y sin demora, pero
intento siempre hacerles entender que este es, precisamente, uno de los aspectos
de mi trabajo y que atiendo tan gustoso al más encumbrado especialista
que visita la colección como al más modesto principiante. Desde
luego, los jóvenes mineralogistas nunca salen del Museo sin un nuevo ejemplar
y un buen puñado de sencillos consejos.
Entre los personajes “especiales” (y
lo digo en el mejor de los sentidos) que he conocido está Jordi. No sé cuando
fue (quizás al final del Plioceno) ni cómo (probablemente en alguna
feria de minerales en Rocalandia), pero Jordi, que obviamente era (es) también
un apasionado de los minerales, siempre ofrecía algo distinto, ya fueran
ejemplares recolectados por él mismo, informaciones muy precisas (en una época
en la que por ejemplo, las localidades parecían tener menor interés
que el precio en las etiquetas), o siempre proporcionando indicaciones sobre
el ejemplar que la mayoría de comerciantes obviaba. En suma, me pareció un “animal
mineralógico”, de los que entonces había realmente muy pocos.
En todo caso, y cada uno de nosotros desde su propia faceta, casi siempre hemos
coincidido en nuestras apreciaciones y siempre comentamos no sólo nuestra
atracción por la mera estética del mineral sino también
por las cuestiones morfológicas, cristalográficas, químicas
o de localidad que éste plantea. El respeto mutuo, tanto por nuestras
personas como por nuestros trabajos respectivos, ha marcado nuestra relación,
que ha evolucionado lentamente pero con seguridad y, actualmente, me gusta nombrarle
como amigo.
Cierto día, hace poco más de diez años, me
sorprendió al decirme que creaba una Web para comercializar minerales
y que quería consultarme algunos aspectos. Hay que tener en cuenta que
diez años atrás una Web (y más una Web comercial) era algo
bastante parecido a un OVNI, o si el lector lo prefiere, la quintaesencia de
la modernidad.
El caso es que la Web
arrancó con éxito creciente
y, de vez en cuando, Jordi me proponía colaboraciones puntuales, como
cuando trabajé con él en el apartado fotográfico. El proceso,
entonces, era largo y complicado. Cuando Jordi preparaba una renovación
de la Web me dirigía hacia su almacén cargado con mi vieja y querida
Nikon F y el pesado equipo correspondiente. Tras la sesión fotográfica,
huelga decirlo, había que proceder al revelado y a la posterior y ardua
digitalización de los positivados, que desde luego no tenía nada
que ver con el sencillo escaneado actual y mucho menos con las facilidades de
la fotografía digital. A este respecto recuerdo con especial agrado una
sesión monográfica de Piromorfitas de la mina San Andrés,
algunas fotografías de la cual se publicaron posteriormente en Le Régne
Minéral.
Cuando hace unos tres
años me propuso colaborar en los
textos de su Web (con la inestimable supervisión de J. S. White) me planteé,
desde luego, si ello creaba algún tipo de incompatibilidad con el ejercicio
de mi profesión, pero rápidamente me di cuenta de que, por el contrario,
la intención de Jordi de ofrecer una visión de los ejemplares desde
un punto de vista, si se me permite la expresión, más académico,
me permitía ofrecer una información más precisa y, al mismo
tiempo, colaborar en una mayor formación y proyección del aficionado.
Y acepté. Después de todo, los Museos existen gracias a los coleccionistas
y, por extensión, a los suministradores especializados y eficaces.
Carles Curto 
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aniversario